martes, 7 de diciembre de 2010

Howlin Rain

Estoy en uno de esos momentos de la  vida en que un puñado de canciones te revolotean en la cabeza y te atrapan como la telaraña de una tarantula. Howlin Rain. Cuando la lluvia arrecia, cuando la lluvia aulla.

Ese es el nombre del grupo, Howlin Rain. Unos tipos de San Francisco. Barbas astrosas y miradas perdidas, desde luego no pierden tiempo en la puesta en escena. Es más una experiencia sensorial, desde el alma, con amor.

Dos discos a sus espaldas: Howlin Rain (de mismo nombre) y Magnificent Fiend. Suficiente para dejar en evidencia a gran parte del panorama musical actual. Material nuevo, y sin embargo, mantiene el aroma añejo de las grandes bandas de los 70. Es como una Jam entre Cream y Jimi Hendrix. Como ver a Steve Marriot aullando con los Humble Pie. Es como si Lynyrd Skynyrd se hubieran pasado a la psicodelia.

Resulta todo un lujo encontrar un grupo que pueda enarbolar banderas pasadas sin caer en la tentación de repetir manidos clichés. Quien iba a decir que entre toda la basura que inunda el mercado musical podríamos encontrar un pedazo de cielo como este. No puedo dejar de escuchar la lluvia aullando en mi mente.

En los tiempos en que más de un iluminado afirma que el rock pasó a mejor vida, no hay más que pinchar el Magnificent Fiend para entender que no tienen ni idea de lo que están diciendo. 

Rock and roll is here to stay. - Neil Young


domingo, 28 de noviembre de 2010

La Noche del Cazador

Erase una vez, allá por los lejanos años 50, en el que un escritor llamado Davis Grubb escribió un manuscrito que serviría como piedra filosofal de los malos sueños. Un oscuro cuento de terror que daría una vuelta de tuerca a las recopilaciones de los hermanos Grimm. La noche del cazador, se llamaba.

Por esa misma época y aprovechando el impulso del libro, Hollywood (con Grubb como co-guionista) lo llevaría al cine y nos dejaría una perla onírica que guardar en nuestro subconsciente. Charles Laughton entretejiendo la historia de Grubb entorno al celuloide. Robert Mitchum en plan estelar, llenando cada poro de la pantalla con una perversa y magnética atracción. Sin embargo, esa es otra historia.

Quiero hablar de la novela. No es más que un cuento. Hansel y Gretel, dicen algunos. Sin embargo, jamás la leyenda alemana de los niños perdidos me acojonó tanto como sentir el aliento de Harry Powell en el cogote. Es curioso cuando ves la película lo visual que esta puede llegar a ser: la figura del predicador recortada en la noche, el viejo tio Birdie sentado en su pontón junto al rio, la heladería de los Spoon.  Es curioso que todas estas imágenes que quedan pegadas a tus neuronas como garrapatas hambrientas, ya estaban en el libro de Grubb.

No es más que un cuento para niños, pero me cuesta imaginar a un padre eligiendo este relato para sus retoños. No, este material es para niños que ya hace mucho que crecieron, para revivir los miedos infantiles adormecidos en lo más profundo. Es una mirada al abismo, una de esas miradas lo suficientemente rápidas para que el abismo no te la traiga de vuelta. Es uno de esos recordatorios que te hace pensar en lo que fue y lo que habría podido ser. En la fragilidad y desnudez de la infancia frente a los lobos que merodean nuestros páramos.

La historia. Un tipo normal, allá en la América profunda, con la depresión a cuestas y levantando su familia a pulso. Un tipo cansado de todo que se decide a asaltar a un banco. Mala suerte. Dos hombres muertos y él herido. La policía acaba por encontrarle, pero jamás llegan a encontrar el dinero robado.

Nunca suelta prenda. Jamás dice donde está el dinero. Incluso en la penitenciaría estatal esperando su hora, nunca cuenta donde escondió ese tesoro manchado de sangre. Ni incluso a su compañero de celda, el predicador Harry Powell.

A partir de ahí, el tal Powell perseguirá el Dorado, buscándolo entre las ruinas de la familia del tipo en cuestión. Poco a poco, ira extendiéndose por la vida de la viuda y sus dos retoños como un cáncer maligno. Buscando un dinero que sólo los niños saben dónde está. Lo hará hasta que estos tengan que salir corriendo rio abajo buscando refugio quien sabe dónde.

No voy a desvelar ni a desgranar el resto de la historia. Si alguien quiere leer el libro jamas me lo perdonaría. Aun así, cabe decir que esta no es una historia de intriga, ningún cuento lo es. Lo bonito de los cuentos es que parece que tenemos grabado el final en el genoma. 

Como conclusión, tan sólo diré, que esta es la historia de una huida. Pero no se huye de Harry Powell, sino de la avaricia, de la ruindad y de los bajos instintos del ser humano. Se huye del mal. Un mal encarnado por el reverendo, proyectado en la pared de nuestra habitación como perversas sombras chinescas. Es la historia de cómo la niñez se levanta ante la maldad como un robusto monolito envuelto en el aura protectora de la candidez.

Y quizá, en esa inconmensurable fuerza adaptativa del niño subyace el problema en cuestión. Podemos estar seguro que no hay fuerza de la naturaleza que derroque la niñez, pero… ¿y si algo o alguien canaliza esa fuerza adaptativa por sendas de perversión?, ¿y si el próximo Harry Powell es más paciente?, ¿Y si los métodos del lobo feroz se vuelven más refinados?. Y esa idea, repiqueteando en nuestro cerebro, es con creces la sensación más inquietante que nos deja el libro.






Este mundo no es para los niños.


Lillian Gish (La Noche del Cazador)

sábado, 27 de noviembre de 2010

El Cofre Vacio

¿Porque el Cofre Vacio?

Porque cada uno de nuestros sueños envuelve un inquietante pedazo de vacio. Porque quizás lo único importante y que vale la pena sea el sueño en sí y no la realidad que representa. Porque en las viejas películas de piratas, todo tesoro llevaba pareja una maldición que jamás te permitiría disfrutar de los doblones. Porque corremos la mitad de la vida tras ideales que sabemos que no van a cumplirse. Tras de tesoros que ni siquiera tenemos la certeza de que existan.

El Dorado fue la mayor broma que Dios le jugó a la humanidad, y resulta que seguimos persiguiéndolo. El tesoro de Sierra Madre se diluye en la arena del desierto Mejicano. El grupo salvaje de Pekinpah roba un cargamento de anillas de latón. Moby Dick sigue surcando los mares pese al capitán Ahab. Y el Kurtz del corazón de las tinieblas jamás será lo que otros esperaban encontrar.

Y aún así, tengo la certeza de que vale la pena correr tras ese cofre vacio. Quizá sea lo único que nos permita seguir siendo humanos. Tener algo hacia lo que correr ya es una razón para levantarse por la mañana. Calderón tenía razón, los sueños sueños son, pero no por ello dejan de ser menos necesarios, que nadie nos quite el placer de correr tras de ellos. Es posible que los sueños sean el único lazo real que nos ata a este mundo.

Este blog es una invitación para buscar el tesoro pese a que es muy probable que el cofre este vacio. Queremos experimentar la sensación de Pandora al abrir la caja. ¿Quien nos va a quitar la ilusión de alimentar nuestra curiosidad viendo que hay tras esa ajada tapa de madera?.


"Esto pesa mucho, ¿de qué está hecho?".
"De la misma materia de la que están hechos los sueños".



"El Halcón maltés”